Así el crimen arrincona a productores de aguacate y amapola. Es narcoeconomía
DOMINGA.– En el corazón de los habitantes de Chichihualco late un peculiar orgullo. Un timbre de prestigio en la olvidada sierra de Guerrero. Los dos productos principales que exportan a todo México y el mundo, presumen, tienen una calidad superior, inalcanzable, para el resto del planeta: los balones de futbol y la amapola. “Aquí se cosen a mano los mejores balones del país y aquí crece el mejor ingrediente del mundo para hacer heroína”, dijo, orondo, Hortencio Jiménez, a quien conocí en 2024 en un viaje hacia los campos de amapola cercanos a Chilpancingo.“Somos futbol y crimen organizado”, resumió magistralmente el taxista que cada octubre y noviembre suelta el volante para irse a vigilar a decenas de sembradores de ‘la adormidera’ que trabajan en la clandestinidad.Según Hortencio, la amapola de Chichihualco tiene cualidades que la hacen “mil veces mejor” que la de Afganistán y Birmania, los principales países exportadores: altura, humedad y suelo hacen la trifecta guerrerense. Si su cultivo fuera legal, piensa, convertiría a los paupérrimos campesinos del pueblo en adinerados agricultores. El gobierno podría comprar esa maravillosa planta de flor rojiza para hacer morfina y surtir de analgésicos a los hospitales públicos que atienden a pacientes con dolor crónico. Pero el crimen organizado acapara su compra.“Aquí los que mandan son Los Ardillos. No le puedes vender a otro grupo porque te matan. Hace unos años, un señor guardó unas flores en una bolsa para mostrarle la calidad de ‘adormidera’ a la gente del bando contrario. Lo descubrieron y lo mataron frente a sus hijos”, me contó Hortencio, asegurando que “Los Ardillos compran el 100% de la siembra”.A primera vista, parecería una bendición tener un cliente que compra toda la producción. Si algo ha condenado al campo mexicano –el legal y el ilegal– es la falta de compradores. Las flores, frutas y verduras se pudren antes de que sean adquiridas por alguien que las va a distribuir por México y el mundo. Pero tener un sólo comprador es, en realidad, una maldición: Los Ardillos pueden fijar el precio de la compra, a veces tan bajo como 4 mil pesos por kilo de amapola, cuando en Sinaloa el precio puede llegar hasta 20 mil pesos por kilo. Y sólo a ellos se les puede vender.Este modelo económico tiene un nombre poco conocido. Casi todos estamos familiarizados con el concepto de “monopolio”, un solo vendedor que domina el mercado y puede, por ejemplo, fijar precios altos a los consumidores. Pero en la sierra de Guerrero existe la otra cara de la moneda: se llama “monopsonio” y se refiere a tener un solo comprador que domina el mercado y desde esa posición de poder puede regatear los precios de los productores hasta pulverizarlos.Hacia allá avanza la nueva modalidad del crimen organizado en México. Los cárteles también saben de economía.El crimen organizado sigue la táctica de los “diamantes de sangre”Uno de los monopolios más famosos del siglo XX se construyó de la mano del crimen organizado. Entre 1900 y los años noventa, la empresa De Beers ejerció un control absoluto sobre la producción, distribución y venta de diamantes a nivel global. Si querías uno, sólo podías comprarlo a De Beers, que gracias a ser el único vendedor pudo fijar precios altísimos y acuñar la idea de que un anillo de bodas con diamante debe valer el equivalente a tres meses del sueldo mensual de un futuro esposo.Para justificar esa alza artificial, la empresa con sede en Luxemburgo creó en 1947 una exitosa campaña publicitaria. El eslogan fue “A diamond is forever” (“Un diamante es para siempre”) con el que, en realidad, buscaban cubrir su estafa: que ninguna mujer, incluso divorciada, vendiera el diamante de su anillo de bodas. Si lo hacía, se daría cuenta de que el valor real de un diamante es muy bajo. Gracias a ese monopolio, De Beers ancló en el mundo la falsa idea de que un diamante es un objeto de lujo y que es de mal gusto cotizarlo después de su compra.Pero De Beers no fue sólo un monopolio. También fue un monopsonio. En Sierra Leona, la empresa se convirtió en el único comprador de diamantes tras el descubrimiento de miles de minas subterráneas de carbón. Consolidó esa posición contratando a grupos clandestinos que desplazaban con violencia a cualquier competidor. Gracias a eso, compraba diamantes por centavos a sierraleoneses que trabajaban en condiciones similares a la esclavitud. Ser el único comprador les permitía establecer una tarifa de hambre.De Beers mezclaba esos minerales clandestinos obtenidos a precio de remate con la producción legal de otros países. Las ganancias eran tan altas que la empresa pagaba puntualmente a esas bandas armadas que pasaron de sus guardaespaldas a fortalecerse económicamente para participar en una guerra civil que dejó más de 120 mil asesinados y que buscaba el control total de los recursos naturales de Sierra Leona. Ese episodio histórico es conocido como “los diamantes de sangre”, tan célebre que se volvió una película homónima dirigida por Edward Zwick y protagonizada por Leonardo DiCaprio.Ahora bien, el crimen organizado en México ya tiene dominada esa técnica. Sólo ellos saben si fue por un estudio riguroso de las peores prácticas del capitalismo o una especie de violencia autodidacta, pero cada vez con mayor frecuencia los cárteles se han vuelto monopsonios. Ya no les interesa ser el último eslabón de la cadena –el que vende– sino el primero y único: el que compra.“En Chichihualco, Los Ardillos son los únicos compradores desde hace más de cinco años. Con eso, ya controlan todo: siembra, cultivo, transporte, producción, venta. Son los reyes de aquí. Yo digo, ¿de plano a nadie se le ocurre legalizar la amapola y que todo el negocio se lo lleve el gobierno?”, preguntó Hortencio. “¿Son tontos o corruptos?”Las tiendas de cazadores sólo podían vender armas y municiones a Los Zetas La historia de los amapoleros me recordó a los tiradores deportivos de Ciudad Mier, Tamaulipas. Cada año, entre noviembre y febrero, se abre la temporada de cacería de aves: palomas de alas blancas, codornices, patos y más están en la mira de cientos de viajeros en el norte del estado. Lo que muchos cazadores ignoran es que, pese a tener una licencia de caza y que los ranchos tengan los permisos necesarios, cada disparo representa una moneda que va al bolsillo del Cártel del Golfo.“Esto empezó con Los Zetas. Ellos fueron los primeros en decirnos que sólo podíamos vender rifles, municiones, mirillas –hasta anzuelos para la pesca– a la gente de ellos. Si vendías a alguien más, y te cachaban, te mandaban a llamar para darte unos tablazos. Y si lo hacías de nuevo, te asesinaban”, cuenta Eleazar M., un vendedor de cartuchos para cacería legal. De ese modo, Los Zetas tenían un control completo de las armas en Tamaulipas. Las de mayor calibre las controlaban a partir de sobornos a elementos de la Defensa Nacional; las deportivas, de menor calibre pero también letales, las acaparaban con el cerco impuesto a las tiendas de cazadores.“Ya cuando necesitaban dinero, o perderle el rastro a un rifle o una pistola, te revendían el mismo producto. Claro, al doble o al triple de precio. Y había que tallarle el número de serie o cambiarle las piezas porque uno sabía que habían matado a alguien con esa arma. Era muy pesado tenerlos de únicos compradores”, asegura.Cuando se extinguieron Los Zetas, y el control del estado se mantuvo en las manos del Cártel del Golfo, la estrategia de monopsonio se impuso: es un secreto a voces en Ciudad Mier que ellos son los únicos compradores de armas deportivas, creando una insuficiencia artificial de municiones, lo que les permite alzar el precio de las balas, especialmente a los cazadores estadounidenses que viajan desde Texas. La mayoría no sabe que compra balas a sobreprecio.Los aguacateros de Apatzingán también tienen un sólo compradorEste fenómeno económico también ocurre con los cultivos predilectos del crimen organizado. Por ejemplo, los aguacateros del norte de Apatzingán, Michoacán, en la comunidad de Santiago Acahuato, también tienen un sólo comprador: el Cártel de Acahuato, un grupo criminal que está integrado por fanáticos religiosos, falsas autodefensas y despiadados narcotraficantes.El cártel dirigido por un hombre misterioso conocido como El Señor de la Virgensólo gobierna en esa pequeña comunidad en Tierra Caliente. Más allá del pueblo están grandes grupos clandestinos como el Cártel Jalisco Nueva Generación o Cárteles Unidos, así que el Cártel de Acahuato no puede expandirse. Ellos matan, extorsionan, roban y atenazan sólo a los aguacateros de la comunidad.Debido a que nadie más les puede comprar el aguacate, los apatzinguenses sufren con la volatilidad del único cliente. A veces, el cártel paga salarios hasta 40% más bajos que otros aguacateros en Michoacán, con el pretexto de que están financiando la fiesta de La Virgen de Acahuato. En otras, los obliga a dejar de trabajar hasta por dos semanas para crear una inexistente escasez y justificar un alza de precios.En un escenario ideal, los aguacateros de Acahuato podrían elegir entre trabajar para dos, tres o cuatro clientes que competirían por la mejor cosecha del pueblo. Para obtener el mejor aguacate posible, esos clientes se disputarían la mejor mano de obra con atractivas condiciones laborales: una empresa podría pagar más por el salario diario, otra ofrecería un mejor seguro médico y una más daría jornadas laborales más cortas. El cortador de aguacate elegiría a su mejor cliente.Pero esa libertad no existe en el norte de Apatzingán. El Cártel de Acahuato domina todo: desde el corte hasta el empaquetado y el transporte fuera del estado. Y hasta han impuesto un reglamento de trabajo con sanciones arbitrarias y terribles.“Si no cortas suficiente aguacate en el día, latigazos. Si no llenaste bien las cajas, tablazos. Si te guardaste aguacate para comerlo en tu casa o venderlo por fuera, te cuelgan, en serio, de un árbol y te pegan como piñata. Y nadie puede decir nada, porque si el cártel te deja de comprar, el que sigue puede ser peor. Mejor malo por conocido, que peor por conocer”, me contó un periodista local.“Lo peor es tener un sólo comprador: te vuelves su esclavo”El fenómeno del “monopsonio criminal” también es visible en las minas de plata en Zacatecas, el vapeador en la Ciudad de México, las tortillas en Guerrero, la madera en Chihuahua o el material para construcción, como varillas y arena, en el Estado de México. “Uno pensaría que lo peor que te puede pasar es tener un campo de amapola que florece cada año y no tener quien te compre. Pues no. Lo peor es tener un sólo comprador porque te vuelves su esclavo. Ellos sí aplican la frase de ‘el cliente siempre tiene la razón’”, dijo Hortencio en nuestra conversación en Chilpancingo, una ciudad también bajo el yugo de Los Ardillos.Esta es la narcoeconomía de nuestros tiempos: los cárteles han pasado de someter la oferta criminal a controlar la demanda económica. Un modelo empresarial en el que lo más importante se resume en una palabra: sometimiento.GSC/ATJ