Estas medidas, justificadas por Washington bajo argumentos de competencia desleal o seguridad nacional, continúan afectando a productores mexicanos y forman parte de un complejo panorama de disputas bilaterales. La relación comercial entre ambos países enfrenta múltiples frentes de conflicto que van más allá de las recientes amenazas del presidente Donald Trump.

Desde hace meses, Estados Unidos ha mantenido aranceles sobre el acero y el aluminio mexicanos, argumentando razones de seguridad nacional.

De igual forma, se han aplicado tarifas más elevadas a los tomates mexicanos, bajo acusaciones de comportamiento anticompetitivo. A estos se suman otros obstáculos no arancelarios, como la suspensión de importaciones de ganado por la plaga del gusano barrenador. El gobierno mexicano, a través de la Secretaría de Economía, ha estado trabajando para obtener exenciones a estos gravámenes y ha calificado las medidas como barreras que afectan la competitividad de la región. El subsecretario de Comercio Exterior, Luis Rosendo Gutiérrez, afirmó que México “seguirá dando la batalla para mejorar las condiciones” en estos sectores estratégicos. Estas disputas sectoriales, aunque de menor escala que las amenazas sobre la industria automotriz, demuestran la complejidad y la naturaleza multifacética de las tensiones comerciales. Representan una presión constante sobre los productores mexicanos y un recordatorio de que la política proteccionista de la administración Trump abarca un amplio espectro de productos, complicando el panorama de cara a la revisión del T-MEC en 2026.