China, que produce más del 90% de las tierras raras e imanes procesados a nivel mundial, anunció nuevas restricciones a su exportación, lo que fue interpretado por Washington como un acto "muy hostil".

Estos materiales son indispensables para la fabricación de una amplia gama de productos tecnológicos, desde vehículos eléctricos y pantallas táctiles hasta sistemas de defensa avanzados, radares militares y motores de aviones. En respuesta, Donald Trump declaró a través de Truth Social que su gobierno se vería "obligado a contraatacar financieramente" y que, a partir del 1 de noviembre, impondría un arancel del 100% a todos los productos importados desde China, además de los gravámenes ya existentes. El mandatario acusó a Pekín de adoptar una postura "extraordinariamente agresiva" y de intentar "congestionar los mercados". Esta disputa pone de manifiesto la dependencia global de la cadena de suministro china y el riesgo de interrupciones significativas que podrían afectar a industrias clave. La reacción de los mercados fue de aversión al riesgo, ya que los inversionistas temen que esta nueva fase de la guerra comercial afecte el crecimiento económico global y las negociaciones bilaterales que se habían mantenido de forma intermitente.