El oro se ha consolidado como un activo clave en 2025, alcanzando máximos históricos por encima de los 4,000 dólares la onza, aunque recientemente experimentó una corrección. El metal precioso funciona tanto como un refugio seguro ante la incertidumbre económica como un activo táctico en un entorno de apetito por el riesgo. El metal dorado ha protagonizado uno de los ascensos más notables de los últimos años, superando los 4,380 dólares por onza. Su repunte se debe a una dualidad de factores: por un lado, la desaceleración económica en Estados Unidos y las expectativas de una política monetaria más flexible por parte de la Fed alimentan su demanda como activo defensivo. Por otro lado, ha subido a la par de los mercados bursátiles, lo que sugiere que los inversionistas también lo usan como un instrumento de rotación táctica. Recientemente, el oro experimentó una corrección por debajo de los 4,000 dólares, influenciado por una disminución de las tensiones comerciales entre EE.
UU. y China y un repunte del dólar.
Sin embargo, las proyecciones a largo plazo son marcadamente optimistas.
El Banco Mundial proyecta que el precio del oro aumentará un 42% durante lo que resta de 2025 y un 5% adicional en 2026.
De cumplirse, su cotización casi duplicaría su promedio del período 2015-2019.
El organismo atribuye esta perspectiva al potencial aumento de las tensiones geopolíticas, que impulsan la demanda de activos refugio. Desde un punto de vista técnico, los analistas señalan niveles clave de soporte en 3,900 dólares y de resistencia en 4,200 dólares.
En resumenEl oro reafirmó su papel como un activo estratégico indispensable en 2025, mostrando un desempeño histórico. A pesar de la volatilidad a corto plazo, las proyecciones a futuro, respaldadas por instituciones como el Banco Mundial, son fuertemente alcistas, consolidando su atractivo como cobertura contra la incertidumbre económica y geopolítica.