Cuando ganar es perder
México obtuvo su cuarta corona en Miss Universo con Fátima Bosch, una joven tabasqueña de 25 años que demostró inteligencia y talento durante el certamen. Sin embargo, su triunfo ha sido manchado por jurados que renunciaron, acusaciones de fraude, videos de públicos decepcionados y teorías conspirativas que involucran negocios entre el dueño del certamen y el padre de la ganadora. Pero, cuando se trata de México, todo parece posible. Corrupción, intrigas, arreglos bajo la mesa, conflictos de interés. No es paranoia, es experiencia histórica acumulada. Por eso, las declaraciones de dos jueces no cayeron en saco roto. Natalie Glebova, Miss Universo 2005 y jueza de la final, recordó que cuando ella compitió había un auditor que subía al escenario con los resultados sellados de una firma contable y expresó su deseo de que esa práctica regresara. Por su parte, Omar Harfouch, uno de los jueces que renunció 72 horas antes de la final, fue demoledor: “Miss México es una falsa ganadora” y aseguró que el presidente del certamen, Raúl Rocha, “tiene negocios con el padre de Fátima Bosch”. Ante esto, la reacción de muchos no fue de indignación sino de un resignado “bueno, aquí vamos otra vez”. El problema no es que Bosch haya ganado. El conflicto es que su triunfo llegó presidido, acompañado y seguido de tanto drama que ese triunfo empieza a sentirse más como una carga que como un premio. Desde su coronación como Miss Universo México, donde 27 de las 31 participantes abandonaron el escenario inmediatamente después del anuncio, dejándola celebrando prácticamente sola, hasta el escándalo en Tailandia –donde Nawat Itsaragrisil la llamó tonta lo que provocó una valiente reacción de parte de la tabasqueña–, la historia ha estado llena de escándalos. A pesar de todo ello, la organización de Miss Universo demostró tener menos instinto de supervivencia mediática que el senador Adán Augusto López y, aunque venían todas las quejas y sospechas, la respuesta institucional fue un “todo está bien, confíen en nosotros”. La organización debió haber convocado inmediatamente a una auditoría externa y transparente, y permitido que una firma contable certificara el proceso. No por Bosch, sino por el certamen mismo, porque cuando el humo de la sospecha se disipa, lo que queda es un título empañado que nadie puede disfrutar completamente. En México, además, el triunfo de Bosch provocó el fenómeno más predecible de la cultura contemporánea mexicana, la polarización instantánea y absoluta, lo cual fue exacerbado porque la familia de la ahora Miss Universo es morenista activamente beneficiada desde el sexenio pasado. Por ello, apenas se anunció el triunfo y el país se dividió en dos bandos irreconciliables. Por un lado, los defensores que ven cualquier cuestionamiento como un ataque antipatriótico; por el otro, los detractores que consideran que todo fue un montaje. No hay término medio ni matices. Ese patrón, herencia directa del sexenio de López Obrador, y que se sigue acentuando con el gobierno de Claudia Sheinbaum, genera la división binaria, la imposibilidad del diálogo. Mañana los mexicanos estarán debatiendo con la misma intensidad si la leche entera es superior a la deslactosada o si las quesadillas deben llevar queso por definición, porque parece que en México lo que no genera controversia simplemente no existe. Fátima Bosch merece que su triunfo se investigue para legitimarlo de una vez. Si hubo irregularidades hay que corregirlas; si no las hubo, hay que demostrarlo o, de lo contrario, el costo de ganar se vuelve tan alto que el triunfo se siente vacío. Columnista: Vianey EsquincaImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0