La empresaria y figura mediática atribuyó esta condición al estrés extremo que experimentó durante su polémico divorcio del rapero Kanye West.
En un adelanto del programa, se muestra a Kardashian sometiéndose a una resonancia magnética y luego comunicando a su familia el diagnóstico.
“Hay como un pequeño aneurisma”, explica, añadiendo que los médicos lo vincularon directamente con la presión emocional vivida.
Esta confesión es una estrategia calculada para humanizar su imagen y reconectar con su audiencia desde la vulnerabilidad, mostrando las consecuencias físicas de una batalla personal que fue intensamente pública. Kardashian profundizó en la dinámica de su matrimonio, afirmando haber sentido “un poco de síndrome de Estocolmo”.
Declaró: “Siempre sentía lástima por él, lo protegía y quería ayudarlo, aunque eso me afectara”.
Esta autoevaluación psicológica busca recontextualizar su comportamiento durante los años de crisis con West, presentándose no como una cómplice pasiva de sus polémicas, sino como una víctima de una compleja dinámica emocional. Además, la empresaria reforzó su narrativa como madre protectora, señalando que su mayor fuente de estrés era la necesidad de proteger a sus cuatro hijos del comportamiento impredecible de su padre. Afirmó que West no ha llamado a sus hijos en meses, posicionándose como la única responsable de su crianza. Al hacer pública esta delicada información de salud y vincularla directamente con su divorcio, Kim Kardashian no solo genera empatía, sino que también controla la narrativa sobre su pasado, transformando una historia de escándalo en una de supervivencia y resiliencia personal.













