La trama sigue a una guardia de seguridad, interpretada por Natalia Solián, quien tras atropellar accidentalmente a una persona, es transferida a trabajar en el turno nocturno de una morgue.

En la soledad y el silencio del lugar, comienza a percibir presencias y sonidos inquietantes que la confrontan con su propia conciencia y la culpa que la atormenta.

Olallo Rubio describe el filme no como una historia de fantasmas tradicional, sino como una exploración del “castigo interno”.

En sus propias palabras, “quería hablar de la culpa”, y el género de terror le permitió explorar emociones que “no tienen forma ni explicación”.

El director evitó deliberadamente los “jump scares” o sustos repentinos, buscando en su lugar crear una “experiencia emocional” que invite al espectador a preguntarse “¿qué hubiera hecho yo?”.

La producción se filmó a lo largo de 16 madrugadas para capturar una atmósfera auténtica de la noche, lo que, según Rubio y Solián, influyó directamente en el tono y las actuaciones. Solián, aclamada por su trabajo en “Huesera”, ofrece una interpretación construida desde la tensión física y emocional, encarnando a una mujer que, aunque aparentemente fuerte, se desmorona en silencio mientras carga con un peso que no puede compartir.