La artista estadounidense, convertida en un ícono cultural para la comunidad LGBTQ+ y la generación Z, ofreció un espectáculo teatral y energético que superó todas las expectativas de los 75,000 asistentes del segundo día.

Desde horas antes de su presentación, programada para el cierre del escenario principal, miles de fanáticos se congregaron luciendo atuendos inspirados en su estética, con sombreros vaqueros rosas, brillantina y banderas multicolor, transformando el festival en una “auténtica pasarela de libertad”. Su show fue una fiesta explosiva, con una escenografía que recreaba un castillo y una estética entre drag y gótica.

La cantante apareció con un vestido de época y el rostro maquillado para simular sangre, explicando que quería dar “vibras de La Llorona” porque sentía que “la Ciudad de México puede soportarlo”.

Esta conexión cultural, junto a sus intentos por hablar en español —“¡Hola, buenas noches!

Me llamo Chappell Roan”, dijo, mencionando que estaba en el día 55 de su curso en Duolingo—, fue recibida con ovaciones y el grito de “¡Hermana, ya eres mexicana!”. Su música, una fusión de synth-pop y elementos retro, aborda temas de identidad, deseo y orgullo queer, lo que ha generado una profunda conexión con su audiencia. Una fan confesó: “No hay muchas mujeres lesbianas en la industria que se atrevan a afirmar su sexualidad tan abiertamente.

Verla me ha ayudado a descubrirme a mí misma”.

El concierto fue un acto de validación y un abrazo colectivo que confirmó su estatus como una de las voces más relevantes del pop actual.