Esta diferencia se atribuye a que grandes inversionistas, como bancos centrales y fondos de pensiones, han acudido al metal precioso para protegerse de la inflación, los déficits fiscales y la inestabilidad geopolítica global. En contraste, el comportamiento de Bitcoin en el mercado bursátil se asemeja más al de una acción tecnológica que al de un activo refugio tradicional. Su correlación con el índice Nasdaq 100, centrado en la tecnología, es significativamente mayor que su vínculo con el oro.

Pese a estas diferencias de comportamiento, ambos activos comparten propiedades fundamentales que atraen a inversionistas que desconfían de las monedas fiduciarias. La escasez es una de ellas: mientras el oro es finito por naturaleza, Bitcoin tiene un límite programado e inalterable de 21 millones de monedas.

Ambos son duraderos y divisibles, pero Bitcoin ofrece una portabilidad y transferibilidad muy superior.

Sin embargo, el oro cuenta con más de 5,000 años de aceptación cultural como depósito de valor, mientras que Bitcoin, con poco más de una década de existencia, aún enfrenta una alta volatilidad y barreras regulatorias y psicológicas. A pesar de su rendimiento inferior este año, los analistas señalan que históricamente los meses de octubre y noviembre han sido fuertes para Bitcoin, por lo que su desventaja frente al oro podría reducirse antes de fin de año.