En un ambiente descrito como amigable, Trump calificó a Carney de “gran líder” y bromeó sobre una “fusión” de Canadá con Estados Unidos.

Sin embargo, en temas sustantivos, defendió su política proteccionista, refiriéndose a la relación comercial como un “conflicto natural” debido a la competencia entre fabricantes.

“Vamos a tener aranceles”, afirmó, descartando un acuerdo completamente libre de ellos.

Por su parte, Carney criticó el proteccionismo de Trump, especialmente en la industria automotriz, argumentando que la cadena de suministro norteamericana integrada fortalece la competitividad de los fabricantes estadounidenses. “Nuestra relación nunca volverá a ser lo que era”, declaró Carney tras la reunión, reflejando el impacto de las políticas arancelarias. La visita de Carney se produjo en un momento de presión interna en Canadá para que obtenga concesiones de Washington, ya que la economía canadiense, altamente dependiente de las exportaciones a EE.UU., ha resentido los gravámenes sobre el acero, el aluminio y los automóviles. A pesar de los gestos cordiales, la reunión evidenció las profundas diferencias en la visión comercial de ambos líderes.