Los misiles Tomahawk, con un alcance de aproximadamente 2,500 kilómetros, permitirían a Ucrania atacar objetivos estratégicos dentro de territorio ruso, incluyendo Moscú.

Trump reconoció que esto “supondría una escalada del conflicto”, pero lo planteó como una herramienta de presión directa sobre Putin.

“¿Quieren tener misiles Tomahawk dirigiéndose hacia ellos?

No lo creo”, dijo Trump, sugiriendo que podría hablar directamente con Rusia sobre esta posibilidad.

La reacción del Kremlin fue inmediata y contundente.

El portavoz Dmitri Peskov calificó el tema como de “extrema preocupación”, advirtiendo que el suministro de estas armas podría dañar irreversiblemente las relaciones bilaterales y que ninguna tecnología occidental cambiará decisivamente el curso del conflicto.