La relación comercial entre Estados Unidos y China bajo la presidencia de Donald Trump se caracteriza por una mezcla de amenazas de aranceles masivos y gestos diplomáticos, manteniendo al mundo en vilo sobre el futuro de las dos mayores economías. Trump ha declarado abiertamente que su país está en una "guerra comercial" con China, argumentando que los aranceles son una "herramienta muy importante" para la defensa y seguridad nacional. La tensión escaló recientemente cuando Trump amenazó con imponer un arancel adicional del 100% a los productos chinos a partir del 1 de noviembre, en respuesta a la decisión de Pekín de ampliar los controles de exportación sobre las tierras raras, minerales cruciales para la industria tecnológica. A pesar de esta retórica agresiva, el propio Trump admitió que un arancel de tal magnitud "no es sostenible".
Paralelamente a las amenazas, la diplomacia sigue su curso.
El presidente confirmó que se reunirá con su homólogo chino, Xi Jinping, durante la cumbre de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) en Corea del Sur a finales de octubre.
Trump expresó optimismo sobre el resultado, afirmando: "Creo que vamos a terminar teniendo un acuerdo fantástico con China".
Además, anunció planes de visitar China a principios de 2026 para consolidar un acuerdo comercial justo. Esta dualidad en la estrategia, que combina la presión económica con la apertura al diálogo, refleja un enfoque de improvisación que ha mantenido a los mercados y a los aliados en un estado de incertidumbre, ya que un paso en falso podría desestabilizar la economía global.
En resumenLa política de Donald Trump hacia China oscila entre la amenaza de una guerra arancelaria total y la búsqueda de un "acuerdo fantástico". A pesar de declarar una guerra comercial y proponer aranceles insostenibles, Trump ha confirmado una próxima cumbre con Xi Jinping, demostrando una estrategia volátil que mantiene en vilo la estabilidad económica mundial.