Inicialmente, Trump había asegurado que la nueva estructura sería un anexo y no afectaría el edificio original.

Sin embargo, la Casa Blanca determinó que demoler por completo el Ala Este, construida en 1942, era una opción más económica y estructuralmente sólida.

El nuevo salón de baile tendrá una superficie de 8,300 metros cuadrados y una capacidad para entre 900 y 1,000 personas, con el objetivo de albergar cenas de Estado y otros eventos que actualmente se realizan en carpas. Trump ha insistido en que el proyecto será financiado con fondos privados de “generosos patriotas y magníficas empresas”, e incluso con dinero de su propio bolsillo, organizando una cena para donantes que incluyó a representantes de gigantes tecnológicos como Amazon, Apple y Microsoft.

La decisión ha generado una fuerte controversia.

Críticos, incluyendo demócratas y organizaciones de preservación histórica como el National Trust for Historic Preservation, han denunciado la falta de transparencia y consulta pública, además de expresar preocupación de que la nueva construcción “pueda abrumar a la propia Casa Blanca y alterar permanentemente el diseño clásico”. A pesar de las críticas y de no contar aún con la aprobación de la Comisión de Planificación de la Capital Nacional, los trabajos de demolición ya comenzaron. Trump desestimó las quejas, afirmando que los ruidos de la construcción son “música” para sus oídos y que el proyecto es algo que “durante 150 años todos los mandatarios han soñado con tener”.