El primer pilar de esta doctrina es un “monroísmo” externo, resumido en la frase “América para los Estados Unidos”. Este busca reconstruir el modelo de Estado de Seguridad Nacional, subordinando a los países aliados y recuperando el control sobre América Latina, una región que, según esta visión, quedó “al garete”. Las acciones recientes, como el aislamiento de Venezuela para controlar el Atlántico sur, la confrontación con Colombia para dominar el Pacífico y el sometimiento de los países al sur del río Bravo a la “dictadura de los aranceles”, se explican bajo esta lógica de reafirmación geopolítica, económica y militar. El objetivo es contrarrestar la influencia de potencias rivales, especialmente China, en áreas estratégicas como el Canal de Panamá. El segundo pilar es un “monroísmo interno”: “Estados Unidos para los estadounidenses”.
La política migratoria de Trump, aunque con perfiles racistas, se enmarca en este concepto. No se trata de un simple racismo, sino de una estrategia de seguridad nacional para controlar las fronteras y preservar el perfil cultural de una nación fundada bajo el dominio de los “puritanos blancos capitalistas”. La llegada de millones de inmigrantes indocumentados es vista como una amenaza a la identidad nacional y a la ideología de dominación imperial que, según esta perspectiva, debe ser restaurada para devolver a Estados Unidos a su “grandeza”.













