Rafael Grossi, director general del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), calificó la medida como «una erosión del sentido de la seguridad internacional» y «una manifestación de un malestar profundo». En respuesta, el presidente ruso, Vladimir Putin, instruyó a su gobierno a evaluar la posibilidad de reanudar sus propios ensayos, advirtiendo que Moscú «tomará las medidas de represalia apropiadas» si Estados Unidos avanza. El ministro de Defensa ruso, Andrei Belousov, incluso propuso «iniciar de inmediato los preparativos» para pruebas a gran escala. A pesar de la contundente orden de Trump, su secretario de Energía, Chris Wright, aclaró que las pruebas no incluirían explosiones atómicas reales, sino «explosiones no críticas» para verificar los sistemas de las armas. Sin embargo, el propio Trump ha mantenido una postura ambigua, afirmando que Estados Unidos probará armas nucleares «como lo hacen otros países» y que posee un arsenal capaz de «destruir el mundo 150 veces». La medida pone en jaque el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCEN) y amenaza con desatar una nueva carrera armamentista.