Haremos lo que sea necesario para detenerlas”.

El mandatario justificó su posición aludiendo a las muertes por sobredosis en su país y a la percepción de que la crisis de drogas “proviene en su mayoría de México”. Trump también mencionó haber observado la situación en la Ciudad de México durante el fin de semana, concluyendo que el país tiene “problemas graves”. En sus declaraciones, el presidente aseguró que su gobierno conoce las rutas del narcotráfico y las direcciones de los capos, comparando la situación con “una guerra” y afirmando que estaría “orgulloso” de destruir laboratorios si eso ayudara a “salvar millones de vidas”. Esta retórica de mano dura contrasta con las declaraciones de su propio secretario de Estado, Marco Rubio, quien buscó matizar la amenaza.

Rubio aclaró que Estados Unidos no emprendería acciones unilaterales ni enviaría tropas sin una solicitud expresa del gobierno mexicano, destacando que la cooperación bilateral se encuentra en un nivel histórico.

“Podemos ayudarlos con equipo, entrenamiento, intercambio de inteligencia y todo tipo de apoyo que podríamos brindar.

Si lo piden; tiene que haber una solicitud”, aseveró Rubio.

La discrepancia entre el presidente y su secretario de Estado refleja una ambigüedad en la política exterior estadounidense hacia México, combinando amenazas directas con mensajes de cooperación condicionada, lo que mantiene la presión sobre la administración de la presidenta Claudia Sheinbaum.