Este cambio de política revierte las restricciones más estrictas implementadas previamente por OpenAI, las cuales, según Altman, se establecieron para “ser cuidadosos con los problemas de salud mental”. La compañía enfrentó una demanda de los padres de un joven de 16 años que alegaban que el chatbot había contribuido a su suicidio. Ahora, Altman afirma que la empresa ha logrado “mitigar los graves problemas de salud mental” y cuenta con “nuevas herramientas”, como controles parentales, que permiten relajar las restricciones de forma segura en la mayoría de los casos. La medida también responde a un entorno competitivo donde rivales como xAI, de Elon Musk, ya ofrecen chatbots con contenido sexualmente explícito. Antes de la implementación de diciembre, OpenAI lanzará en las próximas semanas una actualización que permitirá a los usuarios configurar la “personalidad” del asistente, pudiendo solicitar respuestas “muy similares a las humanas” o con un tono más amistoso. Aunque no se han detallado los métodos de verificación de edad, este movimiento posiciona a ChatGPT no solo como una herramienta de productividad, sino también como una plataforma para la interacción personal y el deseo, redefiniendo la relación entre la autonomía del usuario y la responsabilidad algorítmica.