Inmediatamente después del ataque, las condenas se multiplicaron.

El secretario general de la ONU, António Guterres, lo calificó como una “flagrante violación de la soberanía y la integridad territorial de Qatar”.

La Liga Árabe, Egipto, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Turquía e Irán se sumaron a las críticas, utilizando calificativos como “peligroso y criminal” y “un precedente peligroso”.

El príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán, llamó personalmente al emir de Qatar para expresarle su “pleno apoyo”.

En respuesta, Qatar anunció que acogerá una cumbre árabe-islámica de emergencia para coordinar una respuesta. La reacción de Estados Unidos, un aliado clave tanto de Israel como de Qatar, fue notablemente crítica. La Casa Blanca informó que Israel le notificó previamente del ataque, pero lo describió como un “incidente desafortunado” que no ayuda a la paz. El presidente Donald Trump se distanció de la operación, publicando en redes sociales que “esta fue una decisión del primer ministro Netanyahu, no fue una decisión tomada por mí”. Esta condena generalizada refleja el creciente aislamiento internacional de Israel y el grave daño diplomático causado por una operación militar en el territorio de un país que ha sido fundamental en los esfuerzos de mediación en el conflicto.