El ataque fue denunciado enérgicamente por la comunidad árabe e islámica.

Líderes de 50 países reunidos en Doha calificaron el bombardeo de “flagrante, traicionero y cobarde”. El primer ministro de Qatar, Mohammed bin Abdulrahman Al Thani, acusó a Israel de socavar el proceso de paz y de demostrar que “no le importan” los rehenes. Ghazi Hamad, un alto funcionario de Hamás que sobrevivió al ataque, lo describió como una “agresión traicionera” contra Qatar.

La acción militar israelí también generó tensiones con Estados Unidos, su principal aliado.

El presidente Donald Trump expresó su descontento por el ataque, y el secretario de Estado, Marco Rubio, viajó a Doha para reafirmar la alianza estratégica y el apoyo a la soberanía qatarí. En una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, la mayoría de los países culparon a Israel por la escalada, y el embajador de Pakistán cuestionó si “el regreso de los rehenes realmente era una prioridad” para el gobierno israelí. Netanyahu, por su parte, defendió la operación, argumentando que eliminar a los líderes de Hamás “removería el principal obstáculo para liberar a los rehenes y terminar la guerra”.