Su relato detalla la violencia extrema del ataque y las inhumanas condiciones a las que fue sometida, mientras su novio, Matan, sigue secuestrado.

En una entrevista, Gritzewsky narró cómo los terroristas irrumpieron en su hogar, destruyéndolo todo.

“Mi novio me gritó que brincara por la ventana. Lo hice, y ahí fue la última vez que vi a Matan”, compartió.

Describió la brutalidad de su captura: “Me jalaron del pelo, me arrastraron, me dieron rodillazo en el estómago, me patearon”.

Durante el trayecto a Gaza, sufrió abusos sexuales, le rompieron la cadera y le quemaron una pierna.

Durante su cautiverio, las condiciones eran deplorables.

“Dormíamos en el piso, con cucarachas, ratas, sin higiene, con la misma ropa durante 40 días”, relató. La alimentación era mínima, consistente en “un pedacito de pan con un pepino o diez garbanzos contados”.

Además del abuso físico, Gritzewsky fue sometida a un constante terror psicológico.

Sus captores le decían que su novio estaba muerto y que ella se casaría con ellos y permanecería en Gaza durante diez años.

Su liberación, aunque un alivio físico, no le ha traído paz completa.

“Dios, mi cuerpo está libre, pero mi alma y mi mente siguen en esos túneles”, confesó.

Al final de su testimonio, hizo un llamado contundente: “El silencio es ser parte. (...) Hamás debe ser reconocido como lo que es: un grupo terrorista”.