Sin embargo, ni Israel ni Hamás estuvieron presentes en la firma.

El plan contempla que Hamás renuncie al gobierno del enclave, entregando el control a un gobierno tecnócrata supervisado por una estructura internacional. A pesar del optimismo, el acuerdo deja sin resolver cuestiones fundamentales como el desarme de Hamás y el futuro estatus de un Estado palestino, lo que subraya la fragilidad del pacto.