Los relatos incluyen confinamiento en jaulas, fosas, hambre extrema y manipulación psicológica.

Los detalles emergentes pintan un cuadro de sufrimiento sistemático.

Boaz Miran, hermano del exrehén Omri Miran, describió cómo al principio del cautiverio, cinco personas eran recluidas en “una jaula de 1,8 metros por 1,6 metros”, donde no podían ponerse de pie.

Otros, como Guy Gilboa Dalal, fueron sometidos a inanición deliberada.

Su hermano Gal relató que “Hamás los hizo pasar hambre para convertirlos en ejemplos visibles de lo que es el hambre”, dejándolos “en piel y huesos”. Esta situación fue documentada en un video de propaganda de Hamás que mostraba a otro rehén, Evyatar David, cavando su propia tumba en un túnel, visiblemente desnutrido.

Además del abuso físico, los captores emplearon tácticas de manipulación psicológica, mintiéndoles al decirles que el ejército israelí los buscaba para matarlos.

Yaron, padre de Avinatan Or, contó que su hijo fue mantenido en solitario durante dos años y, tras un intento de fuga, fue encerrado en una jaula esposado.

Otro exrehén, Yosef Haim Ohana, “pasó varios días en un pozo subterráneo con otros seis cautivos, sin espacio suficiente para sentarse o tumbarse y con apenas aire para sobrevivir”, según su padre.

Un funcionario de Hamás negó las acusaciones de tortura, afirmando que los rehenes fueron tratados “de acuerdo con las enseñanzas del islam” y vivían en las mismas condiciones que sus guardianes.