Este evento no solo representó una tragedia humana de enormes proporciones, sino que también fue un catalizador para una transformación social y política sin precedentes.

El sismo de magnitud 8.1 evidenció la vulnerabilidad de la Ciudad de México y la parálisis inicial del gobierno de Miguel de la Madrid, que se vio superado por la magnitud del desastre. En ese vacío de poder, emergió una fuerza social inesperada.

Como relata el activista Marco Rascón, “la sociedad civil mexicana que nació ese día es muy distinta a todos los modelos teóricos”.

Ciudadanos de todos los estratos sociales salieron a las calles de manera espontánea para rescatar sobrevivientes, remover escombros y organizar centros de acopio. Este despertar ciudadano, según Rascón, fue un factor determinante en el resultado de la elección presidencial de 1988 en la capital.

La tragedia también forzó cambios institucionales cruciales.

De los escombros surgieron el Sistema Nacional de Protección Civil en 1986, el Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred) y un fortalecimiento del Servicio Sismológico Nacional. El reglamento de construcciones fue robustecido, introduciendo la figura de los corresponsables de obra para garantizar la calidad de las edificaciones. El impacto cultural del sismo fue inmenso; espacios como el Parque del Seguro Social, que había celebrado un campeonato de béisbol semanas antes, se convirtieron en morgues improvisadas, un símbolo del luto que embargaba a la nación.