Por primera vez, la escolta que le entregó la bandera nacional estuvo integrada exclusivamente por mujeres cadetes del Heroico Colegio Militar.

Además, en un acto inédito, montó una guardia de honor frente a un retrato de Leona Vicario, recién incorporado a la Galería de los Presidentes en Palacio Nacional.

El punto culminante fue su arenga, en la que incluyó a heroínas históricamente relegadas como Gertrudis Bocanegra y Manuela Molina, “La Capitana”. En un gesto de reivindicación, se refirió a la Corregidora como “Josefa Ortiz Téllez-Girón”, utilizando sus apellidos de soltera y rompiendo con la tradición de nombrarla con el apellido de su esposo. “Las mujeres no somos de nadie”, explicaría posteriormente. Sus “vivas” se extendieron a las “heroínas anónimas”, las mujeres indígenas y los migrantes, ampliando el panteón cívico a sectores históricamente marginados.

Este primer grito no solo representó un cambio de voz en el balcón presidencial, sino una reescritura simbólica de la memoria nacional con una clara perspectiva de género, consolidando el mensaje de su presidencia: “No llegué sola, llegamos todas”.