Una iniciativa de reforma a la Ley de Amparo, impulsada por la presidenta Claudia Sheinbaum, ha generado un intenso debate sobre el futuro de uno de los principales mecanismos de defensa ciudadana frente a los actos de autoridad. Mientras el oficialismo asegura que la reforma busca regular y agilizar el juicio para abatir prácticas dilatorias, la oposición y expertos la califican como un retroceso que debilita los contrapesos al poder. La consejera jurídica de la Presidencia, Ernestina Godoy, explicó a legisladores de Morena que la propuesta “regula, pero no debilita la figura” y que el “interés legítimo” de los ciudadanos sigue intacto. Según el senador Saúl Monreal, Godoy afirmó que es una “falsa narrativa de la derecha” que el amparo vaya a desaparecer y que la reforma permitirá combatir prácticas dilatorias.
Sin embargo, la oposición ha expresado serias preocupaciones.
El coordinador del PAN en el Senado, Ricardo Anaya, advirtió que el proyecto “esconde una manzana envenenada” al limitar la suspensión del acto reclamado en áreas estratégicas para el gobierno, como la fiscal y financiera, dejando a los ciudadanos desamparados.
Especialistas como José Carlos Rojano Esquivel la califican de “regresiva y retrógrada”, argumentando que se transita de una regla “pro persona a una pro autoridad”. Uno de los puntos más polémicos es la propuesta de que las suspensiones no podrán tener efectos generales, lo que, según críticos, obligaría a cada ciudadano a tramitar su propio amparo, beneficiando solo a quienes puedan costearlo.
El debate se centra en si la reforma moderniza la justicia o si representa un paso hacia un régimen más autoritario.
En resumenLa propuesta de reforma a la Ley de Amparo ha polarizado las opiniones: el gobierno la defiende como una modernización para evitar abusos procesales, mientras que la oposición y juristas alertan sobre un debilitamiento del principal instrumento de defensa ciudadana, lo que podría desequilibrar la balanza de poder en favor del Estado.