En contraste, minutos antes de su silencio sobre Venezuela, Sheinbaum no dudó en intervenir en los asuntos de Perú. Calificó la destitución del expresidente Pedro Castillo como un “golpe de Estado” y reiteró su solidaridad y su deseo de que sea liberado, a pesar de que Castillo fue destituido tras intentar disolver el Congreso. Esta posición, abiertamente injerencista, contradice el principio de no intervención que usó para evitar opinar sobre Machado. Este doble estándar sugiere que la política exterior mexicana, bajo el mandato de Sheinbaum, podría seguir la línea de su antecesor, apoyando a regímenes de izquierda y criticando a gobiernos de derecha, lo que debilita la tradicional Doctrina Estrada.