La controversia 'Iconoclasia': Censura, arte y religión en la Universidad de Guanajuato
Una exposición artística del estudiante Edder Damián Martínez en la Universidad de Guanajuato, titulada 'Iconoclasia', desató una intensa polémica en redes sociales y la intervención de la Arquidiócesis de León, culminando con el retiro anticipado de la muestra. El caso ha reavivado el debate sobre la libertad de expresión, la censura en espacios académicos y los límites entre el arte y la ofensa religiosa. La exposición, inaugurada el 8 de septiembre, presentaba esculturas de Jesucristo intervenidas con elementos considerados provocadores, como un vestido de bailarina, una bandera de la comunidad LGBT y toallas sanitarias. La Arquidiócesis de León no tardó en reaccionar, manifestando su “profunda indignación y rechazo” y calificando la muestra de “irrespetuosa y ofensiva para la fe de millones de creyentes”. En un comunicado, el arzobispo Jaime Calderón Calderón exigió a las autoridades universitarias “el retiro de dicha exposición y el compromiso de que situaciones como esta no se repitan”. La presión, amplificada por grupos conservadores en plataformas digitales, llevó a la Universidad de Guanajuato a anunciar el cierre anticipado de la exhibición el 11 de septiembre, argumentando la necesidad de “resguardar la integridad de la comunidad universitaria y la armonía social”. Esta decisión provocó una respuesta inmediata por parte de la comunidad estudiantil, que organizó protestas con pancartas con lemas como “La censura os hará libres” y “Sin libertad artística no hay universidad crítica”, denunciando que la institución, pública y laica, cedió ante presiones externas y coartó la libertad de expresión.



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Origen de la luz, luz poderosa,Luz que ilumina el sol, las once esferas;Luz, ¿quién es luz, sino Tú, luz hermosa?Lope de Vega Hace unas semanas leía yo a Juan Villoro en su excelente columna del Reforma. Su artículo se titulaba La locura del diamante y me llamó mucho la atención una frase que utilizó en su texto: “...había ardido con su propia luz”. En un mundo que a menudo premia la imitación, la adaptación y la conformidad, la idea de “arder con tu propia luz” se erige como un acto de profunda rebeldía y autenticidad. No se trata de un simple eslogan de autoayuda, sino de una filosofía de vida que invita a encender la chispa interior que nos define, a alimentar nuestra singularidad y a iluminar el camino no con la antorcha prestada de otros, sino con el fuego que nace de nuestro propio ser. Este concepto, poético en su formulación, es pragmático en su exigencia: requiere introspección, valor para enfrentar la oscuridad propia y la fortaleza para brillar, incluso cuando ese brillo desafía la norma. La primera y más crucial batalla para arder con luz propia se libra en el interior. Vivimos en una era de ruido constante, donde las expectativas sociales, los mandatos familiares y el zumbido digital crean un eco ensordecedor que ahoga la voz interna. Antes de poder irradiar hacia fuera, debemos aprender a escucharnos dentro. Este proceso de introspección—de preguntarnos qué nos apasiona, qué valores nos definen y qué huella deseamos dejar— es el combustible necesario para encender nuestra llama. Figuras históricas como Virginia Woolf, con su prosa introspectiva y su desafío a las convenciones literarias y sociales, o Vincent van Gogh, cuyo pincel ardía con una visión única e incomprendida en su tiempo, no siguieron un manual de éxito. Ellos excavaron en su dolor, su genialidad y su percepción única del mundo para encontrar una luz tan potente que, con el tiempo, iluminó a generaciones enteras. Sin embargo, arder con luz propia implica, inevitablemente, aceptar el riesgo de ser visible. La luz atrae tanto a polillas como a críticos. Brillar auténticamente puede generar incomprensión, envidia o incluso rechazo. La presión social para apagarse, para atenuar el brillo y fundirse en la penumbra gris de lo común, es poderosa. Es aquí donde el acto de arder se convierte en un acto de valentía. Es la decisión consciente de preferir la autenticidad radiante al confort de la invisibilidad. La artista Frida Kahlo no sólo pintó su dolor físico y emocional, sino que lo transformó en arte crudo y vibrante. Ardió con la intensidad de sus experiencias, y aunque su luz surgió de la tormenta, se negó a que la apagaran, desafiando toda norma estética y social de su época. Su luz era áspera, personal e inconfundiblemente suya. Arder con tu propia luz trasciende el mero individualismo. No es un acto narcisista de brillar para cegar a los demás, sino de iluminar para guiar. Una luz auténtica tiene un poder catalizador; muestra a otros que es posible ser diferente, que hay valor en la singularidad. Funciona como un faro que, sin imponer una ruta, revela que existen otros caminos. En este sentido, la luz personal se convierte en un legado. Columnista: Antonio Peniche GarcíaImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0


