Algunos espectadores la consideran una “obra maestra” y auguran un nuevo Óscar para el cineasta, mientras que otros lamentan que no sea más apegada al clásico de Mary Shelley. La producción, un proyecto que Del Toro anheló por más de 30 años, destaca por su meticulosidad, desde las locaciones en Escocia y Canadá hasta el maquillaje de la criatura, que requería hasta once horas de aplicación para Elordi. Más allá del terror, la cinta es descrita por su propio director como una “historia emocional” que explora el abandono paternal, la soledad y la búsqueda de comprensión. Este enfoque se refleja en el análisis de los críticos, quienes señalan que la película reformula el mito desde la compasión, convirtiéndolo en un “melodrama monstruosamente bello”. Elementos simbólicos, como el uso del color rojo en el vestuario o la presencia de la leche, han sido objeto de análisis, subrayando la capacidad de Del Toro para narrar a través de detalles visuales.

El resultado es una obra que, aunque no busca el horror convencional, sacude al espectador con su belleza y su reflexión sobre quién es el verdadero monstruo.