
DOMINGA.– Llevan 14 sexenios caminando un paso atrás del poder. No se repara en ellas en los discursos ni en los créditos, pero están en casi todas las fotos: discretas, sobrias, impecables. Invisibles. Son las mujeres que escucharon –en vivo y sin filtros– los secretos más delicados de la política. Las que transmitieron documentos imposibles; interpretaron tensiones diplomáticas, silencios incómodos y hasta la ambigüedad calculada de quienes eligen no revelar su posición. El archivo fotográfico ha situado a todos los presidentes junto a una mujer intérprete: de Miguel Alemán a Miguel de la Madrid, junto a Italia Morayta; Carlos Salinas de Gortari con Dina Kuriansky, Felipe Calderón con Susan Asselin; los tres más recientes con Lilia Rubio. Su misión ha sido escuchar todo, entender todo, transmitir todo. Sin opinar. Sin juzgar.En tiempos en los que casi todos los funcionarios todavía eran hombres, María Dolores Lebrun contaba que, cuando regresaba al aeropuerto de alguna conferencia y el taxista le preguntaba si venía de vacaciones, ella siempre respondía que no, que venía de trabajar. Ante la pregunta de ¿a qué se dedicaba?, ella contestaba: trabajo en hoteles y con hombres.Casi todas han sido mujeres. Quizás también por su capacidad de hacer varias cosas a la vez: en este caso, escuchar y hablar al mismo tiempo. Quizás porque, como mujeres en el patriarcado, fueron educadas para apoyar a los hombres, a que ellos luzcan. Rosa María Durán, pionera de la interpretación de conferencias en nuestro país, creía que también se debía a otra cosa: a que eran menos dadas a necesitar el reconocimiento y la interpretación, un oficio sin reflectores. Cuando terminan, no queda nada tangible.Dominaban el español y el inglés como nativos; algunas fueron periodistas, otras estudiaron lenguas extranjeras y se interesaron por sus técnicas de comunicación. Muy pronto entendieron que el idioma es apenas la superficie: que la verdadera interpretación es cultural, emocional y sociopolítica. Tal es su dominio que, en el directorio del Colegio Mexicano de Intérpretes de Conferencias, sólo aparecen 11 hombres frente a 100 mujeres.Lilia Rubio –intérprete con cinco décadas de experiencia en México y el mundo– me enseña la edición impresa del directorio de 2015 en su estudio de la Condesa, donde me recibe. Es un espacio lleno de esculturas, pinturas y fotografías que la muestran junto a personalidades que la mayoría sólo hemos visto en películas o transmisiones internacionales: “No puedes interpretar lo que no comprendes”, dice en entrevista para DOMINGA.Detrás de cada cumbre, reunión bilateral o llamada de emergencia, hay una intérprete tomando notas frenéticas para, cada cinco minutos, transmitir el mensaje que escuchó en otro idioma; o encerrada en una cabina para hacerlo de manera simultánea. En la Casa Blanca, por ejemplo, el protocolo es implacable: no se permite entrar con audífonos ni micrófonos. Ahí todo es de memoria, sin red. Lilia Rubio proporciona un dato imprescindible: traducir del inglés al español exige a las intérpretes agregar entre 30 y 40% más palabras. “El tiempo no se estira”, dice. “Se estira la mente”.En casi cinco décadas, ha sido intérprete de filósofos, campesinos, activistas, empresarios, monarcas y jefes de Estado, acompañando aEnrique Peña Nietoy Andrés Manuel López Obrador,que se reunían con mandatarios, como Shimon Peres, Bill Clinton, Joe Biden, Donald Trump, David Cameron, Vladimir Putin, Xi Jinping, Emmanuel Macron, Barack Obama o Justin Trudeau. Lilia Rubio ha visto negociaciones que no podían romperse y otras que estaban condenadas desde el primer apretón de manos. En todas aplica confidencialidad o muerte profesional. “En este oficio, la vida va en ello”. Al escucharla, se revela su condición de ciudadana del mundo, su conocimiento y profesionalismo. Y luego, el mandamiento principal, la imparcialidad absoluta. “No puedes juzgar a quien interpretas, aunque estés en total desacuerdo. Mi trabajo es transmitir lo que esa persona expresó, incluso si lo hizo con ambigüedad”.El disfraz de la intérprete, según Lilia RubioLilia Rubio tiene un uniforme secreto: pantalón negro, el primer saco que salga del clóset y unos tacones siempre guardados en la mochila que la salvan cuando toca lucir elegante. “Es mi disfraz de intérprete”. Su pelo, larguísimo hasta la cintura, nadie lo sospecharía, toda la semana vive atrapado en un chongo para evitar enredos con los audífonos, sólo lo suelta los fines de semana. Hace unos 15 años, interpretó para Gabriel García Márquez en una comida con estadounidenses en la Ciudad de México. Ese día recibió el mejor cumplido que una intérprete puede escuchar: “¿Sabe qué? Con usted nunca sentí que hubiera una intérprete”. La invisibilidad y la adaptabilidad, dice, son valores supremos de este oficio.La profesión exige tres pilares, señala Lilia. Primero, un dominio profundo del idioma, desde la gramática hasta el modismo más íntimo. Segundo, la capacidad de comunicación, porque interpretar no es repetir: es transmitir con claridad y precisión. Y tercero, una escucha obsesiva, capaz de detectar matices, pausas, intenciones, sobre todo, el contexto de quien habla. Italia Morayta, por su parte, recordaba que era indispensable ponerse en el papel del interpretado y entenderlo a cabalidad.Así, estas mujeres han interpretado a líderes de múltiples corrientes políticas, y con cada uno, asegura Lilia, es “como si perteneciera a su mismo marco de pensamiento al interpretarlo. Haber sido actriz de teatro durante mi juventud me ha resultado siempre muy útil para eso”. Lilia estudió y actuó en Bellas Artes. Ahí aprendió a desarrollar empatía, incluso en situaciones difíciles. “Y eso está bien. Se actúa en la vida y eso no es malo. Nos pasamos la vida actuando”.Su historia ha pasado por dos geografías: la infancia y la adolescencia transcurrieron entre Tijuana, Baja California, y Provo, Utah, dentro de una comunidad mormona. Más tarde, saltó del teatro al Instituto de Intérpretes y Traductores, dirigido por Jacobo Chencinski Veksler, que está en la calle de Río Rhin, a unas cuadras del Paseo de la Reforma. Ahí encontró su vocación.Hoy tiene 74 años. Fue periodista colaboradora en La Jornadae intérprete para la cobertura electoral de Estados Unidos en medios mexicanos. Nunca ha cancelado un evento por razones de salud o afonía. En Acapulco, Guerrero, pide a los meseros que le calienten una cerveza 40 segundos en el microondas para no lastimar la garganta. Puede pasar horas sin comer –porque “un intérprete no puede hablar con la boca llena”– y bebe agua a las tres de la mañana si debe comenzar a las siete en el lobby de un hotel: impensable interrumpir un discurso de Estado para ir rápido al baño.Entre todas las figuras que ha interpretado, hay una que la deslumbró: Angela Merkel, excanciller de Alemania. La encontró en diferentes ocasiones pero dos relevantes ocurrieron en 2017: en la Cumbre del G20 en Hamburgo, y otra en una cena con la comitiva mexicana. La funcionaria alemana y Rubio eran las únicas mujeres. Merkel hablaba, ella traducía. El resto –todos hombres– escuchaban y tomaban notas.“Te quedas anonadada al escucharla. Su claridad, su análisis del mundo, su calma. Cuando hablaba, simplemente dictaba cátedra”, recuerda.Otras dos mujeres dejaron huella: Indira Gandhi, que Lilia Rubio visitaría en su residencia de la India, dos años antes de que fuera asesinada por uno de sus guardaespaldas. Y la joven pakistaní Malala Yousafzai, premio Nobel de la Paz, cuando visitó Los Pinos en agosto de 2017, cuya frase aún le retumba: “lo que necesitan las niñas del mundo es educación, educación y educación”.¿Quién es considerada la intérprete pionera en México?El primer registro de intérpretes en América Latina aparece hace cinco siglos, según relata la propia Rubio en su libro autobiográficoMi voz(Endora Ediciones, 2025), que narra sus primeros diez años en Tijuana, como niña migrante, mormona hasta dedicarse a “hablar ajeno” y vivir tantas vidas, por medio de la palabra. Ahí cita a la “tan satanizada como admirada Malintzin, la Malinche, Doña Marina”, descrita por el cronista Bernal Díaz del Castillo, que asistió a Hernán Cortés en su conquista por México. En el siglo XX hubo otra mujer que abrió la vereda política y profesional de la interpretación en México: Italia Morayta, que impulsó la interpretación y la traducción como profesión. En 1951, a los 30 años, debutó frente al presidente Miguel Alemán en Bellas Artes y salió ovacionada. Tanto así, que Alemán solicitó personalmente sus servicios.Nacida en Tampico, Tamaulipas, en pleno auge petrolero, migró con su familia a Los Ángeles, California, cuando la economía colapsó. Allí se volvió bilingüe y bicultural sin proponérselo. A su regreso, trabajó como reportera en El Universal, donde cubría exposiciones, banquetes y conferencias, según documenta Italia Morayta. Pionera de la Interpretación de conferencias en México(CMIC, 2012), un ejercicio de historia oral dirigido por su nieto, Gonzalo Celorio Morayta, quien concede una entrevista a DOMINGA, y bajo la supervisión y prólogo de la historiadora Graciela de Garay.Mientras cubría la Segunda Conferencia General de la UNESCO, en México en 1947, el destino la empujó hacia su vocación: tuvo que improvisar la interpretación simultánea, una técnica recién estrenada en los juicios de Núremberg, “en una de las salas de trabajo y, de ahí, a pasar a la cabina de español en la sala de plenarias”. En Núremberg, la interpretación había cambiado para siempre. Hasta entonces, había sido exclusivamente “consecutiva” –primero en latín y, tras la Primera Guerra Mundial, en francés–. Pero la innovación técnica implementada en los juicios contra 24 criminales nazis, entre ellos Hermann Göring, permitió que el proceso se desarrollara con interpretación simultánea en cuatro idiomas –inglés, francés, alemán y ruso–, reduciendo el tiempo total del juicio a una cuarta parte. “¡Me están quitando tiempo de vida!”, reclamó uno de los juzgados por la velocidad con la que avanzaban las sesiones, se relata en una de las anécdotas.Italia Morayta comprendió temprano que México necesitaba profesión, no improvisación. Fundó la primera asociación de intérpretes, creó la demanda, formó a nuevas generaciones cuando todavía no existían instituciones académicas que lo hicieran. En 1951, a los 30 años, debutó frente al presidente Miguel Alemán y luego éste le pidió sus servicios para una conferencia internacional de organizaciones sindicales. Así, relata su biografía, hizo su entrada en el escenario presidencial. Fue el inicio de una era para el oficio.Después encabezó el servicio de interpretación de la Presidencia de México, de quien recibió agradecimientos. López Portillo le escribió una dedicatoria: “Para la insustituible Italia Morayta, mi apoyo, mi palanca y muchas veces mi salvación en mi peregrinar en y con el mundo”. Sin ella, la interpretación en México no existiría como hoy la conocemos. Lilia Rubio es parte directa de ese legado. Y gracias a la empresa CM Idiomas fundada por Italia –y heredada a su familia–, ha participado siete sexenios –incluido el actual– en los equipos de intérpretes presidenciales.Protocolo y dos vestidos de 3 mil pesos para ir BuckinghamCuando Lilia Rubio llegó por primera vez al Palacio de Buckingham, en el Reino Unido, como intérprete de Enrique Peña Nieto en 2015, en sus momentos libres los mayordomos la invitaron a conocer las cocinas, el comedor de los empleados, así como a disfrutar de té de las cinco de la tarde en uno de los salones más fastuosos de la residencia monárquica.Cuenta que la reina Isabel II tenía un fino sentido del humor y una memoria prodigiosa: recordaba cada pieza mexicana que le habían regalado los presidentes o había comprado en su par de viajes a nuestro país en 1975 y 1983. Todo esto se lo mostró a sus invitados en una exposición que tenía dedicada exclusivamente a México. Para cumplir con el protocolo, antes de la gira de Peña Nieto, Lilia recibió información detallada: “En cenas formales en el Palacio de Buckingham, se espera que las mujeres sigan un código de vestimenta específico. Aunque no hay un color de vestido explícitamente prohibido, se considera apropiado optar por colores discretos y elegantes. Tradicionalmente, se recomienda evitar tonos llamativos o brillantes, como el rojo intenso o el naranja fluorescente. En su lugar, se prefieren colores sobrios y sofisticados: azul marino, gris o beige. Los colores pastel o los tonos joya –esmeralda, zafiro– también son opciones populares para cenas formales”.Lilia leyó el correo y tomó el metro en la estación más cercana en la colonia Condesa con rumbo al Centro Histórico. Su destino: las boutiques de vestidos de noche que llenan los aparadores de la calle 20 de Noviembre, el lugar favorito de muchas mujeres para encontrar elegancia accesible.Ahí compró dos vestidos largos: uno color aqua para la cena con la reina, y otro negro con plata para la gala con el Lord Mayor de Londres.“¡No gasté más de tres mil pesos!”, dice riéndose, como quien sabe que la elegancia al final no está en el precio ni en las manos de los diseñadores más exclusivos, sino en la presencia y en el buen gusto.El corazón secreto de la diplomacia del viejo PRIElembajador Sergio González Gálvez, quien estuvo vinculado con momentos tan importantes de la diplomacia mexicana, como la firma del Tratado de Tlatelolco de 1967, bromeaba que todos pensaban que la política mexicana descansa en grandes diplomáticos, como Genaro Estrada o Alfonso García Robles;pero que nada se podría haber logrado sin la participación de tres mujeres que creaban el contexto necesario para cualquier negociación: Italia Morayta (intérprete), Mayita (Margarita Orvañanos de Robles Gil, fundadora de Banquetes Mayita) y Amalia Hernández (coreógrafa de ballet folclórico).Desde los años cincuenta hasta hoy, las intérpretes mexicanas han visto cómo se mueve el mundo desde una silla a un costado del poder. Han sido testigos privilegiadas. Son las que tienen la información más sensible y, paradójicamente, la que jamás podrán contarla. Lilia Rubio lo resume así, luego de cinco décadas de transmitir los mensajes de los personajes más relevantes del mundo: “Gracias a la vida porque mi energía es lo más valioso que tengo. Mientras la voz me dé, mi oído escuche y mi cerebro se siga divirtiendo, seguiré. Nuestro trabajo es ser invisibles pero imprescindibles”.GSC / MMM
































































































